Nuestras tradiciones, nuestras costumbres



Y para todo teníamos nuestras costumbres, nuestras tradiciones.

La “partera” –que hasta la vez tenemos- es una mujer que ayuda en la labor de parto y en todo el proceso. Ella sabe, tocando el pulso, si una mujercita está embarazada, aunque ni ella mismo sepa. Hacía unos como emplastos para la barriguita de la mama (para antes y después del parto) y acompañaba el proceso de labor, el tiempo que demore, sean horas, sean días… ella ahí mismo viviendo en casa de la mama, comiendo de allí, bebiendo de allí. Y eso sí, de que comían bien comían bien, a veces hasta mejor que los dueños, o que la madre, porque esa era su paga, nada más.
Durante el embarazo, cada tres meses, le visitaba a la parturienta, para ver cómo estaba, para acomodar al guagua si hacía falta. Después del parto se quedaban también cuidando a la criatura y a la nueva mama, para, el día cinco después de dar a luz bañarle (así mismo se repite este baño el día doce) con flores del cerro que la misma partera iba a coger, sabiendo pues cuál era la que necesitaba, cuál era buena para la madre, porque también hacía una agüita de beber con los montes, que eran buenos.
La madre debía descansar cuarenta días después del parto, comiendo bien, con gallina, con res, con borrego, con chivo, con motesito, habas y tantas cosas vaya (los doce primeros días solo podía comer gallina, porque disque era bueno) para recuperar las fuerzas, porque la vida en el campo, para la mujer, es dura, de trabajar todo un siempre.
Pero, como decía hace un ratito, no solo en el embarazo ayudaban estas mujercitas. También sabían curar “el aire” (aunque casi todos sabemos curarlo) que daba cuando alguien cogía un mal viento estando débil. Y ahí venían, que era de espanto, los dolores de cabeza, bostezos, desmayos, náuseas… Para esto, sabíamos soplar con humo de tabaco la carita del doliente, y se le hacía oler la ruda o el poleo.
Así mismo, sabían tratar “el chuca”, o “mal de ojo” que llaman, que es cuando alguien le ve mucho a una persona, hasta enfermarle pues. Que “le airea” sabíamos decir, porque así era ¿no? Igualito duele todo, como con el aire. Pero para curarle al “chucado” (que casi siempre es un guagua, que se puede morir) se le debía escupir tres veces en el pupito, haciendo la señal de la cruz. Y si el que le “chucó” al guagua él mismo le cura, es mejor, se mejora más breve que casi ni sufre.
Cuando alguien moría, se jugaba el huairo (que es un hueso, como dado, de cristiano dicen) en la que llamamos la “fiesta de las almas” o “chungana” como también decimos. En esta celebración se juega toda la noche, lanzado el huairo que tiene varias caras, con señales en cada una: números, bolitas y así, cada una con su significado.
Para jugar tienen también una como tablita, en la que se tira el dado y se señala con granos de poroto y, como el juego es largo, si alguien se para, si interrumpe, pierde, y su bando tiene que hacer rezar al otro bando, como penitencia. Este jugábamos en los velorios, así como en la “lavada del cinco”, que era también especial.
Verá, llamamos el cinco, pero se hacía (hasta la vez mismo algunas gentes hacen) al día siguiente del entierro, y se hacía pues bañar a la viuda (o viudo) en el río, junto con toda su ropa y posesiones, así como las del finado: para que se vayan todos sus polvos, decían, para que se vaya en paz… se iba al río en procesión, según recuerdo, con una cruz negra adelante guiando a toda la comunidad, que acompañaba. Entonces, mientras se secaba la ropa lavada por las mujeres, a jugar el huairo los hombres. Después el deudo(a) daba de comer a todos en su casa, agradeciendo la compañía.
Claro que, si moría un infante, la cosa era diferente, era una fiesta, se celebraba que el guagua no conoció nunca el pecado, porque no tuvo tiempo… todos bailaban y bebían con alegría durante el velatorio, en casa de los padres, a donde acudía la gente acompañando con el “pinshi”, que eran cosas de comer, para ayudar pues a los deudos: café, pan, tortillas, trago, y tantas cosas vaya.

0 comentarios:

Publicar un comentario