Siempre misteriosa, la montaña
Y claro que los niños éramos puros pues. Así como traviesos, como todo niño ¿no? Y nos contaban en esa infancia las historias los mayores, que las habían visto, aunque algunas cosas vimos también, con nuestros mismitos ojos, aunque no me lo crea. Verá, contaban, me acuerdo, de la “caja ronca”. Ha oído usted, o ha visto ¿no? Yo le cuento entonces.
La “caja ronca” era el diablo, según sabíamos. Y era una como caja mismo, como ataúd que pasa en la noche y va cargando a los que se encuentran en su camino. Son espíritus malignos, el espíritu malo que anda en la noche pues… en la montaña, en toda la loma pa dentrito. Ahí se oía a la caja ronca, porque hacía una como música, como ruido vaya: “taraj taraj, taraj” sonaba. Una vez dicen que a uno le encontró la caja, o que él le escucho y corrió a meterse en el corral con los borreguitos y que le habían salvado estos animalitos, que son buenos. Decían también que se escucha una música linda, pero que nadie sabe de dónde sale, que no se puede saber.
Porque siempre era misteriosa la montaña, habían ruidos, cosas, seres pues, como el “duende”, que silva de noche, clarito clarito, cosa que despierta a veces. Yo no he visto, pero sí oí. No suena como ningún pájaro, porque no es un pájaro y nadie le tiene que responder el silvo, porque embruja, porque hechiza, porque es parte del mal… este duende dicen, los que han visto, que pasa con una guitarra y, además, sabemos que así como hay duende había duendas, porque si no cómo… si un duende o duenda se enamoraba de alguno le andaba persiguiendo para encantarle, para perderle pues; así de miedo daba, así de misterioso era.
Y habían fantasmas también, eso sí hasta la vez y muchos hemos visto. Es uno como bulto blanco, del porte normal, de cristiano. Pero de pronto crece hasta los cielos, como una columna blanca, como un palo larguísimo que toca el cielo. Pero no es malo, porque nada le pasaba al que veía, a más del susto pues, imagínese usted ver la torre blanca en medio del monte, daba miedo daba…
Asustaban algunas de las historias de los mayores, ya sea porque vimos, ya sea por el miedo a ver… como de la “viuda”, que también había. Ella era una mujer que se aparecía en la montaña, sin que se le vea la cara y les encanta a los hombres para que le sigan por lejos, para, algún rato, mostrarles la cara que era puro hueso, pura calavera, y les mataba, votándoles por precipicios que aparecen de repente. Porque siempre llevaba por caminos hermosos, engañosos, para que le sigan… decían.
Otro que era así, efectivo, era la “huaca”, que es “la mujer huaca”, mejor dicho. Que va flotando decían, cuando aparece, flotando a unos quince centímetros del suelo sus patitas. Ella, que es mujer, les encanta a los hombres para perderles en la montaña o para darles “el aire”, hasta que mueran con el “antimonio” que era el “aire grande de la huaca”. Bien vestida dicen que aparecía, envuelta en una nube blanca para llevarles adentro, a la montaña, para que se pierdan pues…
Pero hay otras cosas que todos hemos visto y que sigue habiendo, hasta la vez, porque conocemos todos. Como las “voladoras de Tasqui”, que eran brujas curanderas, que iban atrás del Pailón a recoger las plantas medicinales, curativas, que reunían tantas para lo que se ofrecía. Estas plantas son un encanto, aunque no me crea, porque nadie podía cogerles. Por más que se veían, cuando uno se acercaba, más lejos se iban, encantadas como eran. Por eso las brujas, que disque adoraban al chivo, volaban para coger las plantas. Hasta ahora hay voladoras, en las montañas, arriba…
Y encantada también es la laguna del Aillón que, hasta la vez, no deja que nadie se acerque con ambición. Porque ahí están las riquezas, el oro pues. Verá usted, cuentan que, hace años, un gringo vino a querer sacar del agua esas riquezas y que se zambulló y salió con tanto oro y, ambicioso, se volvió a lanzar, pero no salió nunca. Así mismo una vez habían venido otros y que cavaban y cavaban el agua para que se seque, todo el día. Y al amanecer de nuevo ahí estaba, llenita, como si nada hubiera pasado. Si hasta un helicóptero se calló allí pues, hace años, de los gringos igual, o canadienses dicen… lo cierto es que, para ir allá, uno tiene que pedir permiso y tiene que ir sin ambición del oro, porque si no, no sale… pero no era solo misteriosa la laguna, también nos ayudaba.
Y así mismo habían los gagones, que era cosa más natural, digamos. Ellos son malvivientes, o sea, los que duermen entre compadres. Ellos, los gagones, amanecen con una señal del pecado, porque cuando están dormidos les sale el espíritu que va andando como animalito y, como siempre hay gente fuerte, había unos que les señalaban con algo, o les ponían un escapulario en el pescuezo, para que, a la mañana siguiente, como no se daban cuenta, salgan con el escapulario o la seña puesta, y la gente sepa que son ellos los malvivientes y así les puedan aconsejar para que cambien de vida.
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